Siempre me impuso hablar en público y ahora…
¡Cuento cuentos para adultos!
Las palabras son fuente de tantas cosas. Alimentarse de palabras para escribir es lo que hago para mantener viva el hambre de nuevos relatos.
Si eres de mi quinta, la del 1979, 5 años arriba o todos los que quieras para abajo, y te paras a pensar en esos momentos de celebración, comida o cena familiar… seguro que encuentras a un cuentista de los auténticos en tus recuerdos.
Cuando yo viajo a esos momentos, recuerdo a mi tío Josele o a mi abuelo Jorge contando historietas, cantando romances o recitando poemas que, sinceramente, no eran para menores y me provocaban un sentimiento contradictorio entre vergüenza ajena y curiosidad. En todas ellas había un borracho, alguien que era sumamente torpe y razón de mueca o burla, un cura o una monja en situaciones comprometidas o incluso la descripción de una escena… que si hubiese estado en el cine menos de dos rombos no hubiese tenido.
¿No sabes lo que son los rombos en una película de cine? Puede que haya pasado poco tiempo, pero hace 30 años el control parental en la programación de la televisión estaba marcado por rombos y era mucho más tajante y efectivo que el de ahora. En este enlace de «Yo fuí a la EGB» te lo explica perfectamente Uno o dos rombos en la tele.
Los cuentos
No hace mucho, 200 años, los cuentos eran, sobre todo para adultos. Los cuentos infantiles se pusieron de moda gracias a la literatura infantil, su adaptación y la reinvención de los cuentos fantásticos y de tradición oral. Esto derivó en una industria de píldoras psicológicas que enmascararon la verdad del cuento, es decir, que el cuento y las historias ya tienen valor por si mismos, no porque alguien diga que sirven para algo.
Parace que, con este devenir consumista y terapéutico, el cuento como herramienta evolutiva ha perdido su valor y ya no es para adultos, cuando somos los que más lo necesitamos. En el cuento las palabras sirven para evocar en las personas, para identificarse y prepararse para lo que pueda venir, para advertir, para vivir ficciones que pueden ser realidad algún día e incluso para dejarse llevar por el placer de parar a escuchar, pues no escuchamos ni gozamos de lo que nos permite parar.
Què me pasa cuando me convierto en coleccionista
Escuchando cuentos para adultos yo he llorado, me he sobrecogido, me he reído a carcajadas, he cantado, he tarareado, me he excitado e incluso he sido capaz de decir… «Otro, otro» y descubrir algo así en un adulto es maravilloso.
Al leer o escuchar un cuento para adultos, me alimento de palabras y de imágenes que me provocan un gran placer y a medida que leo y cuento colecciono esas palabras para poderlas combinar de otras formas y crear mis propios relatos. Me inspiro en seres humanos reales, me enamoran las personalidades de finales del siglo XIX y principios del XX, pues eran atrevidas, raras, disruptivas, creativas, rompedoras de estereotipos y esquemas, rebeldes, valientes y sorprendentes.
Mis vivencias me delatan al contar o escribir, mis gentes, mis emociones, mis experiencias, mis sentires, los lugares donde he viajado o sueño con viajar, todo ello son los ingredientes principales de un caldo de cultivo del que incluso las palabras inventadas son el azafrán o el secreto secretísimo de la deliciosa receta de la abuela.
Alimentarme de palabras para poder crear relatos literarios nuevos, míos y seguir jugando con este universo tan gratificante y sorprendente. En esto estoy a veces, en alimentarme.